Moby Dick (1851)

La idea inicial de Herman Melville era hacer que el capitán Ahab y su tripulación cazaran a la gran ballena blanca. Pero una vez cumplida la obsesión que se había convertido en su única razón de vivir, el marino ponía fin a su existencia subiendo a un bote durante la noche y perdiéndose en la inmensidad del mar. Quien haya leído la novela sabe que, finalmente, el cetáceo sobrevive tras hundir el barco y cargarse a casi toda la tripulación (solo sobrevive un personaje: Ismael).
Acorralado (1982)

Fue la primera aventura de Rambo, y en el final previsto (y rodado, aunque nunca exhibido), el héroe encarnado por Sylvester Stallone moría de un disparo accidental de su amigo el coronel Trauman (Richard Crenna)
La reina de África (1951)

En el guión original de James Agee, los personajes de Humphrey Bogart y Katharine Hepburn morían ahogados mientras hundían el acorazado alemán. Fue el escritor Peter Viertel quien convenció a John Huston para que los encantadores héroes sobrevivieran. "El público no aceptará que tras sobrevivir a las cataratas, los cocodrilos y las fiebres, dos personajes con tanto coraje mueran de una forma tan absurda", le dijo.
Sospecha (1941)

En esta película rodada por Alfred Hitchcock, Joan Fontaine cree que su marido, Cary Grant, piensa asesinarla para heredar su fortuna, aunque se acaba descubriendo que todo son ideas paranoicas sin base real alguna. Pero en el guión original, la historia terminaba de una forma mucho más negra y fatalmente irónica. Ella, enferma, escribe una carta a su padre contándole sus sospechas de que su esposo está tratando de envenenarla. Poco después, él efectivamente la asesina con un vaso de leche emponzoñada. Al día siguiente, el criminal camina silbando por la calle y se dirige a un buzón dispuesto a echar el correo, ignorando que entre esas cartas se encuentra la que escribió su mujer inculpándole.
Anna Karénina (1877)

León Tolstoi publicó por primera vez su célebre novela por entregas en 1875, en una revista llamada Ruskii Vestnij (El mensajero ruso). Curiosamente, en esta primera versión Anna no moría, y su amante, el conde Bronski, regresaba nuevamente a su lado. Fue una imposición del editor, Mijaíl Kátkov, quien argumentaba que su publicación iba dirigida a señoras de clase media que no toleraban los sucesos trágicos y dolorosos. Karénina no se suicidó tirándose al tren, por tanto, hasta que la historia fue publicada, ya en forma de libro, en 1877.
Casa de muñecas (1879)

Todo el que conozca esta obra de Ibsen sabe que termina con la protagonista, Nora, abandonando a su esposo e hijos. Pero el autor tuvo que modificar la conclusión para poder estrenarla. La actriz que debía protagonizarla, Elma Varing (una estrella de la época) se negó a interpretar el papel aduciendo que una mujer decente podría abandonar a su esposo, pero nunca a sus hijos. Ibsen cedió a las presiones y, durante muchos años, las representaciones de la obra acababan con Nora llevándose a los niños con ella. Fue en la década de 1930 cuando se recuperó por fin la idea original del autor.
¿Teléfono rojo?, Volamos hacia Moscú (1964)

Esta comedia negra de Stanley Kubrick sobre los peligros de una guerra atómica terminaba originalmente con una batalla de tartas de nata entre rusos y americanos (que sí llegó a rodarse) en la ONU. Pero al director no le convenció, y filmó el que actualmente se conoce, más absurdo y simbólico, pero también más divertido: el científico paralítico interpretado por Peter Sellers se levanta de su silla y grita: "¡Puedo andar! ¡Heil, Hitler!"
El tercer hombre (1949)

En el libreto de Graham Greene, el personaje de Joseph Cotten, al descubrir que su gran amigo se ha convertido en peligroso traficante, le delata a la policía y al final se queda con su novia. Más que un final feliz, al director Carol Reed le pareció que aquello era un desenlace demasiado cínico y obligó al escritor a escribir otro en el que el protagonista perdía a la chica, que le abandonaba al descubrir su delación. A Graham Greene debió de quedarle algo de resquemor, porque años después, en otra de sus novelas, "El americano impasible", hizo que el delator sí se quedara con la chica del amigo traicionado.
El rey Lear (1605)

Puede parecer completamente demencial, pero en el año 1780, el prestigioso y poderoso editor británico Samuel Johnston, quien detestaba la trágica manera en la que concluía esta obra de Shakespeare (prácticamente todos los personajes del reparto perecen), encargó a otro autor, Nahum Taye, que reescribiera la pieza original. Le pidió que suprimiera los pasajes más cruentos y añadiera un nuevo desenlace en el que Cordelia y Lear acaban juntos y ella, la hija buena del monarca, se casa eventualmente con el duque de Gloucester. Paradójicamente, esta versión adulterada –y edulcorada– conoció un gran éxito, y la pieza con el final original –el pensado por Shakespeare– no volvió a representarse hasta mediados del siglo XIX.
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