Lo de Luís García sale de que es coleguita y quieren meterle en el Valencia, punto.
Por otro lado, articulazo de ese ser llamado Gaudén Villas
¿Hay que cambiar de entrenador?
Noviembre 12, 2010
Traigo hoy al tablero de discusión algo que, aunque algunos pretendan obviarlo, está sobre la mesa. Me resultó verdaderamente curioso que ayer, en SUPER, uno de los colaboradores del periódico proclamara la pertinencia de apoyar a Emery. Prometo que mi artículo de hoy estaba escrito y en poder del director antes de ese otro y no es, por tanto, sino una casualidad que salga hoy defendiendo posiciones menos conservadoras, lo que demuestra lo encontradas que están las posturas cuando uno habla de tomar decisiones trascendentales. En el fútbol y en todo. Entremos en materia y vayamos a la reflexión en cuestión.
Ya hemos dicho alguna vez que en ningún círculo social se dicen tantas tonterías como en el mundillo del fútbol. Ya saben, cosas como que no hay enemigo pequeño, que la afición del Bilbao es la mejor de España, que los árbitros no se equivocan con mala intención…Hoy nos vamos a detener en una que viene muy a cuento: la de que destituir a un entrenador no sirve para nada y que todo entrenador “necesita continuidad”. Suele venir acompañada esta majadería con una frase deslumbrante: “y, si no, fíjate en Ferguson o Wenger”, como si todos los equipos del planeta dispusieron de trescientos o cuatrocientos millones de euros de presupuesto anual y jugadores de talla mundial en su plantel como es el caso del United o el Arsenal.
Bien, para intentar rebatir ese manido dislate, que proclamaría el derecho a continuar en el cargo a entrenadores capaces y a completos inútiles por igual por la simple razón de que “cambiar a mitad de temporada no sirve para nada”, vamos a detenernos en lo que sucedió en la Liga BBVA la pasada temporada. Y nos llevaremos unas cuantas sorpresas. Así, por ejemplo, vemos que, por la parte llamemos alta de la tabla, al Sevilla se le ocurrió nada más y nada menos que echar en el mes de marzo, tras dos años y medio en el cargo (glup, me suena) a un Manolo Jiménez que en todo ese período no ganó un solo título y tenía en esa fecha al equipo fuera de zona Champions. Fue contratar a Antonio Álvarez y ganar el Sevilla Copa del Rey y cuarta plaza con derecho a Liga de Campeones. Nadie se acuerda ya del bueno de Jiménez. Algo parecido sucedió en el Atlético de Madrid, que con Abel Resino apuntaba a puestos de descenso y de la mano de Quique alcanzó las finales de Copa del Rey y Europa League, conquistando este último título tras muchos años de sequía ¿A alguien le suena, por cierto, un tal Garrido? ¿O tal vez estaría el Villarreal en mejor situación si continuara al frente del equipo Ernesto Valverde?
Si nos vamos a la parte baja de la tabla, la situación es más sangrante si cabe. El Xerez esperó hasta la jornada 17 para mandar a paseo al Cuco Ciganda. Había conseguido su equipo hasta entonces 7 puntos. Su reemplazo, Gorosito, consiguió 27 en 21 jornadas, una media de puntos que habría dejado al Xerez ¡a las puertas de Europa! Tanta paciencia los llevó al pozo. El Tenerife, siguiendo también esa sabia máxima de que al entrenador hay que mantenerlo contra viento y marea acompañó al Xerez camino de Segunda. Eso sí, Oltra empezó y terminó la Liga en el cargo. Tampoco le fue bien al Valladolid que, sin embargo, tras la llegada de Clemente, estuvo a punto de dar la campanada y salvarse cuando nadie daba un duro por él. En Almería todavía se recuerda el plomizo juego del equipo con Hugo Sánchez, igual que en Santander se escuchan los pitos que echaron a Mandiá o en Zaragoza los gritos contra Marcelino. Sus presidentes optaron por el cambio y la jugada les salió bien.
Es cierto que podemos buscar en otras campañas o en otras ligas ejemplos de lo contrario, pero lo aquí acontecido hace un curso es irrebatible. Quienes detectaron problemas en sus equipos y actuaron para atajarlos destituyendo al entrenador, acertaron. Porque la continuidad es un bien que únicamente se debe conceder a quienes se hacen acreedores de ella y no regalarse a manos llenas por la absurda aplicación de una máxima que, hemos intentado mostrar, es una soberana gilipollez. A partir de ahí, que cada cual saque sus propias conclusiones.