Pero que no le llamen director deportivo
VICENT MOLINS. Hoy "La estructura del Valencia está subyugada por completo a las voluntades del entrenador y a los caprichos puntuales del presidente..."
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VALENCIA. Braulio Vázquez debutó en Primera con el Deportivo en la 95/96, justo unos meses después de que el Valencia perdiera la Copa frente a ellos en una final en la que Picornell casi acaba electrocutado entre las aguas de un Madrid más abisal que nunca. Aunque John Benjamin Toshack acuñó más tarde la frase "Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves a cuatro, el viernes a dos, y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos cabrones de siempre", con el Deportivo era más flexible y a veces a sus cabrones les encontraba reemplazo. Braulio, junto a a Viqueira y Aira, formaba parte de la nueva hornada que debía refrescar al club coruñés. Pero sólo fue un paso fugaz y Braulio cayó rápido al fondo del fútbol español, lejos de héroes, pero creándose una costra de supervivencia que se le ha ido endureciendo con el paso del tiempo.
Su propia vida en el fútbol ha moldeado a Braulio como un superviviente que cree en las oportunidades para los modestos. Pasar en dos años de entrenar al Laracha de la Preferente gallega a dirigir (es un decir) deportivamente al Valencia, bien lo vale.
Además de la supervivencia, otra de las cualidades de Braulio es su fidelidad a aquellos a los que debe el cargo. Fue fiel a Fernando como el que más justo hasta que ya no necesitaba serlo. Lo ha sido de Llorente como ningún otro. "No puedo contestar, porque Manolo no quiere que hable con vosotros", respondía Braulio a las preguntas de Antonio Sesé. Todavía ahora -quitarse las costumbres requiere un tiempo- sigue fiel a Llorente y reivindica su figura histórica en cuanto puede. Llorente, en cambio, sólo se acuerda de Braulio para lanzarle muertos. "Lo de Pellegrino fue cosa de Braulio, eh", vino a hacernos creer Llorente esta semana en la Cadena SER. Semanas atrás, en la que creíamos su comparecencia de despedida (luego han llegado 80 más), Llorente reconocía justo lo contrario. El pasado diciembre culminaba una rueda de prensa con la frase: "yo aposté por Pellegrino y ése ha sido mi error". Dentro de medio año nos dirá que lo de Pellegrino fue idea de Soler.
Superviviente, fiel... y estornudando titulares sin parar, a Braulio le enchufan una grabadora y en lugar de replegarse, expande su plumaje. "Vilas-Boas era nuestra primera opción", explicó justo tras fichar a Pellegrino. "Si Rami vuelve a su nivel, es susceptible de ser vendido", anunció. Si bien Rami, que no ha vuelto a su nivel, sigue siendo susceptible de venta.
Hechas las presentaciones, dejo claro que Braulio tiene muchas virtudes. Es buen acatador de decisiones presidenciales, ha conseguido sobrevivir más que sus últimos predecesores, y, claro, es muy trabajador y buena persona. Pero que no le llamen director deportivo.
Cuando Fernando fue amortizado, a Braulio se le nombró coordinador de la secretaría técnica, que es lo que le dicen a uno cuando no quiere que mande. A base de fidelidad, dejó la coordinación para ser nombrado director. Pero la sensación en este tiempo es que nunca ha ejercido de ello. Posiblemente sea mejor subalterno que capitán.
De casi todas las decisiones peliagudas y por tanto decisivas, o se ha ausentado o lo han ausentado. Tras la marcha de un entrenador de 4 años (Unai Emery) tenía que tomar una de esas grandes decisiones para las que se contrata a un director deportivo: elegir al nuevo entrenador en consonancia con el estilo que se le ha conferido al equipo. Pero la decisión la tomó el presidente por él, en un momento en el que Braulio pareció caminar detrás de Berlusconi.
La renovación de Albelda volvió a encontrar a Braulio en modo ausente. Esta vez ha sido Djukic el que ha tomado la decisión y la ha razonado con sencillez. Llorente, a su rollo, insinúa que él sí hubiera renovado a Albelda. Y el propio Albelda explicó que pudo haber renovado con Llorente pero prefirió esperar. Nadie menciona a Braulio en sus explicaciones. ¿Brauliqué?, pensaría alguno.
En un nivel inferior, Braulio recomendó que el técnico del Mestalla esta última temporada, Paco López, continuara otro año más después de recoger al equipo en un estado calamitoso y lograr mantenerlo en vida en su grupo de la Segunda B. Pero Rufete ya ha decidido que López no seguirá, y Nico Estévez, de Manises a Paterna, será su reemplazo. A Braulio, ni caso.
Isco, paradigma en su momento del futbolista que Braulio ha querido fichar de otros equipos, estaba en el Valencia cuando el director deportivo no supo hacer entender al presidente y al entrenador la necesidad estratégica de apostar por un futbolista así de gordo. Unai ha terminando siendo el verdugo (no sin motivo), pero Braulio, en aquellos meses, volvió a ausentarse.
Las mayores críticas las recibe por sus fichajes, que para un director deportivo son lo que una detención para un policía. Ha combinado aciertos y errores. Ahora Jonas, ahora Piatti. Ahora Joao Pereira, ahora Víctor Ruiz. Todo envuelto del mantra de los pocos recursos y la imagen de Braulio haciendo la cola de Ryanair para viajar a Londres. La austeridad, en cambio, ha sido a medias: ha dispuesto de más dinero del que dispusieron otros que generaron mejores plantillas; ha gastado 8,5 millones en Ruiz, 7,5 en Piatti (entonces una de las joyas del mercado español, es verdad), 6,5 en Tino Costa, 6,5 en Cissokho...
Pero insisto: no son los fichajes la principal debilidad de Braulio, sino su escaso ejercicio de dirección. Su difusa "línea editorial". Adivinarle el pensamiento es igual de incierto que meter a ciegas la mano en una urna. ¿Qué Braulio aparecerá?, ¿el de "En dos años espero un Valencia que esté cerca del Madrid y Barça"? (dijo hace dos años), ¿o el Braulio que, hablando de uno de sus futbolistas, manifestó: "En dos años estará jugando en un grande"?
Antero Henrique, director deportivo del Oporto -que es la Coca-Cola portuguesa-, razona la fórmula de su club: "queríamos una estructura que resistiera al paso de los entrenadores". La estructura del Valencia está subyugada por completo a las voluntades del entrenador y a los caprichos puntuales del presidente. Entre otras cosas porque no existe una figura que dibuje e imponga (a poder ser bien) las líneas maestras de la institución.
Braulio tiene muchas cualidades (superviviente, fiel, trabajador). Pero que no le llamen director deportivo.